JESÚS Y LOS PECADORES
Cuando miramos con detenimiento los evangelios,
¿Qué lo movía interiormente a acercarse a estas personas,
rechazadas por los demás?…
¿Cómo entendía Jesús el pecado?…
¿Qué buscaba conseguir con sus palabras y con su modo de proceder?…
Desde el comienzo de su vida pública, Jesús entendió que su misión,
la tarea que el Padre le había encomendado, era proclamar la buena noticia
de la llegada al mundo del Reino de Dios, que ya habían anunciado los profetas.
El Reino de Dios, o el reinado de Dios, que tiene como principio y fundamento
el amor misericordioso que Él siente por nosotros; su perdón y su gracia,
para todos los que creen en Él; su justicia, su verdad,
la libertad y la paz que nos comunica;
por eso las palabras con las cuales inició su predicación, fueron:
“El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca;
conviértanse y crean en la Buena Nueva” (Marcos 1, 15).
Y también:
El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva,
me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos,
para dar la libertad a los oprimidos,
y proclamar un año de gracia del Señor” (Lucas 4, 18-19).
A pesar de sus diferencias en otros aspectos, los fariseos,
los escribas y los doctores de la Ley, habían llegado a la conclusión unánime,
de que lo más importante para los judíos, como a pueblo de Dios que eran,
era cumplir al pie de la letra, la Ley de Moisés y los 613 preceptos
añadidos a lo largo de los siglos para complementarla. Quien no lo hiciera así,
era considerado pecador, y quedaba condenado a llevar sobre sus hombros
esta carga pesada, a menos que cambiara de actitud de una manera radical.
Habían llegado incluso al punto, de determinar que algunas profesiones
u oficios eran en sí mismos pecaminosos, porque implicaban contactos
prohibidos por los preceptos de pureza que se habían inventado.
Tal era el caso, por ejemplo, de la medicina,
porque suponía y exigía relación directa y contacto físico con los enfermos,
que por su situación eran tenidos
además como pecadores, a quien Dios castigaba su pecado
Lo mismo ocurría con las mujeres, en determinadas circunstancias de su vida,
como el parto y el período menstrual,
que las hacían impuras a ellas y a todo objeto,
animal o persona que las tocara.
A todo esto se opuso Jesús, de una manera radical,
que cree y anuncia como verdad fundamental,
que Dios nos ama como un padre ama a sus hijos,
que quiere siempre lo mejor para nosotros,
y que sabe perdonarnos cuando le fallamos y somos capaces
de reconocer con humildad nuestro pecado,
y poner nuestro empeño en superarlo.
Para respaldar sus palabras, Jesús comparte su vida con aquellos
que son considerados como pecadores,
solidarizándose con ellos no sólo delante de Dios,
sino frente a quienes los rechazan y condenan,
los libera de su experiencia de culpabilidad, los invita al cambio de vida,
les da la oportunidad de reincorporarse a la sociedad,
y de esta manera anticipa en las comidas y banquetes en los que participa con ellos,
la fiesta final de su encuentro con Dios.
Jesús busca que quienes se sienten pecadores,
tomen conciencia de su pecado, y del mal,
Todas las acciones y todas las palabras de Jesús tienen esta motivación central:
hacer entender a quienes lo escuchan, y en ellos a nosotros,
que cuando actuamos,
no movidos por el amor, como hijos de Dios que somos,
sino dejándonos llevar del egoísmo y de la ambición,
nos deshumaniza-mos, y por lo tanto,
nos alejamos de Él y de su Voluntad al crearnos,
que debe ser nuestro punto de referencia permanente.
Jesús se acerca a los pecadores, habla con ellos, come con ellos,
Con sencillez, pero también con firmeza, Jesús nos enseña:
Que todos somos débiles y pecamos, lo cual significa,
que no tenemos derecho a juzgar y a condenar a los demás.
Dice:
«No juzguen, para que no sean juzgados.
Porque con el juicio con que juzguen serán juzgados,
y con la medida con que midan se les medirá.
¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano,
y no reparas en la viga que hay en tu ojo? ¿O cómo vas a decir a tu hermano: “
Deja que te saque la brizna del ojo”, teniendo la viga en el tuyo? Hipócrita,
saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna del ojo
Que los “pecadores” no son para excluirlos de nuestro trato,
para rechazarlos, sino para aco-gerlos con amor, a la manera de Dios,
que nos ama infinitamente, a pesar de nuestras debilidades y de nuestros pecados,
como nos lo muestra en la Parábola del Hijo Pródigo y en las demás parábolas
de la misericordia, que nos narra Lucas en el capítulo 15 de su evangelio,
y en las que Jesús mismo anuncia:
“Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta
que por 99 justos que no tienen necesidad de conversión” (Lucas 15,7).
Esta es la maravillosa noticia de Jesús, la Buena Nueva que vino a comunicarnos,
con el deseo de que la aceptemos en nuestra vida y la pongamos en práctica,
y también que la anunciemos a los demás,
porque estamos llamados a ser discípulos y misioneros suyos.